Todos tenemos una historia detrás. Más o menos afortunada, más o menos triste, más o menos sorprendente, más o menos divertida, más o menos emocionante… pero todos tenemos algo que contar, y lo hacemos cada día cuando compartimos en el entorno digital nuestras experiencias, inquietudes, lo que nos gusta, lo que nos apasiona, o aquello con lo que no estamos de acuerdo.
Somos creadores y consumidores de contenidos, siempre atentos a las historias que nos emocionan. Y esto no es nuevo. Cuando el online era aún ciencia ficción, y antes ya incluso de que se escribiera el primer libro, los relatos, las historias que no se olvidan nunca, ya existían. Historias para soñar, emocionarnos y recordar o… el ‘Storytelling’, como la herramienta de comunicación más antigua y actual al mismo tiempo, y según Christian Salmon: ‘La máquina de fabricar historias y formatear las mentes’.
El ‘storytelling’, entendido como ‘el arte de contar historias a partir de una idea o un mensaje para conseguir conectar la empresa con sus distintos públicos objetivos’, tiene como finalidad convencer a través del relato para hacer llegar determinados mensajes de la forma más efectiva posible. Porque detrás de las marcas comerciales y personales, también hay una historia que contar. Relatos de su origen, del futuro, del día a día que las pone en movimiento, del esfuerzo por mejorar, de la superación, del trabajo en equipo. Historias de lo que los clientes viven y perciben a través de su experiencia con nuestro producto o servicio. Cientos de historias que pasan desapercibidas en la mayoría de los casos y que a día de hoy, muchas marcas empiezan a relatar para impregnar la vida diaria de sus clientes presentes y futuros.
En este nuevo escenario en el que la publicidad habitual como medio para persuadir, hablando de las características y virtudes de un producto con el fin de captar usuarios, ya no vale, y el Marketing, tal y como lo conocíamos, deja de resultar efectivo, llegan nuevas herramientas en el ámbito de la Comunicación que buscan ‘enganchar’ con el público objetivo, estableciendo al mismo tiempo mecanismos de escucha y consiguiendo emocionar a una audiencia, cada día más exigente, y con la que ‘ya no vale todo’. Se trata de conectar emocionalmente con los destinatarios, y conseguir la lealtad con las marcas y con las personas que hay detrás de cada una de ellas.
Según Eduardo Prádanos, “hay que crear historias y vínculos realmente efectivos para que la gente quiera participar y comprar”. Tenemos que contar historias, historias verdaderas y posibles, que trasladen los valores de nuestra empresa, que transmitan hasta qué punto nuestra marca puede ser relevante para una persona. En definitiva, es hora de dejar de aburrir y contar historias que emocionen:
- Desde Google y la historia de un reencuentro imposible…
- Pasando por Aerolíneas Argentinas y cómo hablarnos de su expansión…
- El anuncio de Haagen Dazs que te hace sentir mejor a pesar de todo…
- Y la archiconocida historia del Bar de Antonio de esta última Navidad.
Historias todas ellas en las que la marca o el producto no son los protagonistas, sino personas comunes, como tú y como yo, con las que nos cruzamos cada día en nuestras calles, pero que encarnan los valores de la marca, y por ello se convierten en el centro de estas historias. Historias que emocionan, pero en las que la marca forma parte, obviamente, bien a través de un papel secundario o como contexto del relato.
Piensa cuál es el mensaje que quieres transmitir, sé coherente con la personalidad y los valores que definen a tu marca y piensa a quiénes te diriges y con quién pretendes conectar a través de tu storytelling. Y a partir de ahí… cuenta tu historia, transmite, emociona, ‘engancha’ a esos ‘Héroes Anónimos’ que hacen que tu marca sea lo que es:
¿Has visto el vídeo?, me encanta… Me recuerda que yo misma y hace no mucho, utilicé el ‘storytelling’ como herramienta de comunicación y conté una pequeña historia. Tenía claro el mensaje que quería transmitir, fui coherente con mis valores, me dirigí justamente a quién debía hacerlo y conseguí el objetivo propuesto, aún sin yo saberlo bien en aquel momento. Hablaba de una codorniz a la que unas águilas hicieron sentir pequeña. Una historia de personas normales (o no tanto) en cuyo final han intervenido un sinfín de ‘héroes no anónimos’ que en los últimos tiempos han ayudado a esa ‘codorniz’ dejando que la puerta no se cerrara, empujando y avanzando cuando la carga era demasiado pesada, cediendo su asiento cuando el cansancio la vencía, impidiendo que ese ascensor se elevara sin ella, o procurándole transporte hacia su objetivo. Y esa justamente, ha sido la mejor parte de aquel pequeño storytelling, la que se ha escrito después…
“El amor por el otro que es tan especial. Ese impulso de querer ser mejor, de siempre estar allí. A esos ‘héroes no anónimos’… Mis agradecimientos”.
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Pues si codorniz es lo mismo que perdiz… Me quedo con lo de más feliz que una perdiz. No he oido nunca la expresión más feliz que un aguila, por slgo será.
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